«No quería ser Papa. Me gusta estar entre la gente»

b1d3a27665Los alumnos de las escuelas de los jesuitas entrevistaron al Pontífice, que se olvidó del discurso que había escrito para dialogar con ellos

andrea tornielli

Ciudad del Vaticano

«A una persona que quiere ser Papa Dios no la bendice. Yo no quería ser Papa». «Vivo en Santa Marta porque me gusta estar entre la gente…». Fue memorable el diálogo espontáneo entre el Papa Francisco y los pequeños alumnos de las escuelas de los jesuitas en Italia y en Albania, acompañados por educadores y familias, que fueron recibidos esta mañana en audiencia. Bergoglio se presenta con el discurso escrito, pero al ver el audirtorio dice: «Yo había preparado un texto, ¡pero son sinco páginas! Un poco aburrido… Hagamos una cosa: yo voy a hacer un pequeño resumen y depués entregaré esto, por escrito, al padre provincial y se lo daré al padre Lombardi, para que todos lo tengan por escrito».

Esto es, en pocas frases, lo jugoso del discurso. Primer punto de este texto –explica Francisco– es que «en la educación que damos a los jesuitas el punto clave es, para nuestro desarrollo como personas, la magnanimidad. Nosotros debemos ser magnánimes, con el corazón grande, sin miedo. Apostar siempre por los grandes ideales. Pero también la magnanimidad con las cosas pequeñas, con las cosas cotidianas. El corazón amplio, el corazón grande… Y esta magnanimidad es importante encontrarla con Jesús, en la contemplación de Jesús. Jesús es el que nos abre las ventanas al horizonte».

 Después, un consejo a los padres y a los enseñantes: al educar hay que «equilibrar bien los pasos. Un paso firme sobre el marco de la seguridad, pero el otro yendo hacia la zona en riesgo… No se puede educar solo en la zona de seguridad. Eso es impedir que crezcan las personalidades. Pero ni siquiera se puede educar solo en la zona de riesgo: eso es demasiado peligroso». Fransisco también invitó a los educadores «a buscar nuevas formas de educación no convencionales, según la necesidad de los lugares, tiempos y personas. Esto es importante en nuestra espiritualidad ignaciana».

Después, comenzó el diálogo con los muchachos, que se dirigieron al Papa de tú a tú. ¿Por qué prefieres no vivir en el Palacio Apostólico, ni tener un coche grande ni oros preciosos? «No es solo una cuestión de riqueza –explicó–, es un problema de personalidad: yo necesito vivir entre la gente. Si yo viviera solo, tal vez un poco aislado, no me haría bien. Esta pregunta me la hizo un profesor: “¿por qué no va a vivir allí?”. Y yo le respondí: “mire profesor, ¡por motivos psiquiátricos! Es mi personalidad. Sí, el apartamento –que no es tan lujoso–, pero no puedo vivir solo”».

Con respecto a la sobriedad, Bergoglio añadió: «Creo que los tiempos nos hablan de mucha pobreza en el mundo, ¡esto es un escándalo! En un mundo que tiene tantas riquezas y tantos recursos para dar de comer a todos, no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, tantos niños sin educación, tantos pobres. La pobreza, hoy, es un grito y todos nosotros debemos pensar si podemos volvernos un poco más pobres. ¿Cómo puedo volverme un poco más pobre, para parecerme a Jesús, maestro pobre?».

El Papa después habló sobre sus amigos, al responder a la pregunta de una niña. «Yo soy Papa desde hace dos meses y medio, mis amigos están a catorce horas de aquí, están lejos… Vinieron tres a visitarme y a saludarme, los veo y les escribo… No se puede vivir sin amigos, ¡son importantes!».

 A una muchacha que le preguntó por qué se había hecho jesuita, respondió: «Lo que más me gustó de la Compañía es la misionariedad; quería convertirme en un misionero. Y cuando estudiaba filosofía, le escribí al padre Arrupe (entonces prepósito general de la Compañía, ndr.), para que me mandara a Japón o a alguna otra parte. Pero él reflexionó bien y me dijo, con mucha caridad: “Pero usted tuvo una enfermedad en el pulmón, eso no es bueno para un trabajo tan fuerte», y entonces me quedé en Buenos Aires. Pero fue muy bueno, el padre Arrupe, porque no me dijo: “Pero usted no es tan santo como para ser misionero”; era bueno, tenía caridad, ¿eh? Y lo que me dio mucha fuerza para convertirme en un jesuita fue la misionariedad: salir, ir a las misiones a anunciar a Jesucristo. Creo que esto sea propio de nuestra espiritualidad, salir, ir a las misiones a anunciar a Jesucristo. Creo que esto es propio de nuestra espiritualidad, salir, salir siempre para anunciar a Jesucristo y no permanecer un poco encerrados en nuestras estructuras, muchas veces estructuras caducas, ¿no? Es lo que me movió».

A otro muchacho, que hablaba vacilante, el Papa explicó: «piensen siempre en esto: no hay que tener miedo de los fracasos y de las caídas, en el arte de caminar lo que importa no es no caer, sino no quedarse caídos. Si caemos, hay que levantarnos rápido, inmediatamente, y seguir caminando».

Al final de su discurso el Santo Padre saluda a la delegación del Colegio jesuita albanés de Scutari, que después de largos años de represión de las instituciones religiosas, a partir de 1994 reanudó sus actividades, acogiendo y educando a jóvenes católicos, ortodoxos, musulmanes, e incluso algunos alumnos nacidos en contextos familiares agnósticos. “Así la escuela -escribe el Papa- se convierte en un lugar de diálogo y de confrontación pacífica, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y espíritu de cooperación”.ER RV

Traducción integral del texto del discurso escrito en italiano por el Papa

Queridos chicos, queridos jóvenes!estoy encantado de recibirles con sus familias, los educadores y los amigos de la gran familia de las Escuelas de los Jesuitas italianos y de Albania. A todos vosotros, dirijo mi afectuoso saludo: ¡bienvenidos! Con todos ustedes me siento verdaderamente «en familia». Y es una alegría especial la coincidencia de nuestro encuentro con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Déjenme decirles una cosa en primer lugar que se refiere a San Ignacio de Loyola, nuestro fundador. En el otoño de 1537, yendo a Roma con un grupo de sus primeros compañeros se preguntaron:¿si nos piden quiénes somos, que responderemos? La respuesta fue espontánea: «Diremos que somos la «Compañía de Jesús» (Fontes Narrativa Societatis Iesu, vol 1, p 320-322). Un nombre comprometido, que quería indicar una relación muy estrecha de amistad, de total afecto por Jesús, al que querían seguir sus pasos. ¿Por qué os menciono este hecho? Porque San Ignacio y sus compañeros habían comprendido que Jesús les enseñó cómo vivir bien, cómo dar un sentido profundo a nuestra existencia, que dé entusiasmo, que dé alegría y esperanza; habían entendido que Jesús es un gran maestro de vida y un modelo de vida, y que no sólo les enseñaba, sino que les invitaba a seguirlo por este camino.Queridos chicos, si ahora les hiciera la pregunta: ¿por qué van a la escuela, qué me contestarían? Probablemente habría muchas respuestas dependiendo de la sensibilidad de cada uno. Pero creo que se podría resumir todo diciendo que la escuela es uno de los ambientes educativos en los que crecemos para aprender a vivir, para ser hombres y mujeres adultos y maduros, capaces de caminar, de recorrer el camino de la vida. ¿Cómo os les ayuda a crecer su escuela? Les ayuda no sólo desarrollar su inteligencia, sino a tener una formación integral de todos los componentes de su personalidad.

Siguiendo lo que nos enseña San Ignacio, en la escuela el elemento principal es aprender a ser magnánimo. La magnanimidad: esta virtud del grande y del pequeño (no coerceri maximo contineri mínimo Divinum este), que nos hace siempre mirar hacia el horizonte. ¿Qué quiere decir ser magnánimo? Significa tener un gran corazón, tener un alma grande, quiere decir tener grandes ideales, el deseo de lograr grandes cosas en respuesta a lo que Dios pide de nosotros, y para ello hacer las cosas bien todos los días, todas las acciones cotidianas, los compromisos, los encuentros con la gente; hacer las pequeñas cosas de todos los días con un gran corazón abierto a Dios y a los demás. Es importante pues cuidar la formación humana destinada a la magnanimidad.La escuela no sólo les amplía su dimensión intelectual, sino también humana. Y creo que, en especial, los colegios de los Jesuitas cuidan con esmero las virtudes humanas: la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso. Me gustaría hacer hincapié en dos valores fundamentales: la libertad y el servicio. Sobre todo: ¡sean personas libres! ¿Qué quiero decir con ello? Tal vez piensan que la libertad es hacer todo lo que se desea, o aventurarse en experiencias-límite para experimentar la emoción y vencer el aburrimiento. Esto no es libertad. Libertad significa saber reflexionar sobre lo que hacemos, saber valorar lo que es bueno y lo que es malo, cuáles son los comportamientos que hacen crecer, significa elegir siempre el bien. Nosotros somos libres para el bien. ¡Y en eso, no tengan miedo de ir contracorriente, aunque no sea fácil! Ser libres de escoger siempre el bien es un reto, pero les hará personas rectas, que saben enfrentar la vida, personas con valentía y paciencia (parresía y ypomoné). La segunda palabra es el servicio. En sus escuelas ustedes participan en diversas actividades que les llevan a no encerrarse en uno mismo o en su pequeño mundo, sino a abrirse a los demás, especialmente a los pobres y necesitados, a trabajar para mejorar el mundo en que vivimos. Sean hombres y mujeres con los demás y para los demás, verdaderos campeones en el servicio a los demás.

Para ser magnánimos con libertad interior y espíritu de servicio se requiere la formación espiritual. ¡Queridos chicos, queridos jóvenes, amen cada vez más a Jesucristo! Nuestra vida es una respuesta a su llamada y ustedes serán felices y construirán bien su vida si saben responder a esa llamada. Sientan la presencia del Señor en su vida. Él está cerca de cada uno de ustedes como compañero, como amigo, que les ayuda comprender, que les alienta en los momentos difíciles y nunca les abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia, descubrirán que Él está realmente cerca. Y aprendan también a leer los signos de Dios en su vida. Él siempre nos habla, incluso a través de los hechos de nuestro tiempo y de nuestra existencia cotidiana: a nosotros nos corresponde escucharlo.No quiero ser demasiado prolijo, pero una palabra específica quisiera dirigirla también a los educadores: los jesuitas, los maestros, los padres. ¡No se desanimen ante las dificultades que presenta el desafío educativo! Educar no es una profesión, sino una actitud, una forma de ser; para educar es necesario salir de sí mismos y estar entre los jóvenes, para acompañarlos en las etapas de crecimiento, estando a su lado. “Denles a los jóvenes esperanza, optimismo para afrontar su camino en el mundo. Enséñenles a ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que siempre conserva la huella del Creador. Pero sobre todo den testimonio con su vida de lo que les comunican. Un educador – Jesuita, profesor, operador, padre – transmite conocimientos, valores con sus palabras, pero va a ser determinante con los niños si acompaña sus palabras con su testimonio con su vida coherente. ¡Sin coherencia no es posible educar! Todos ustedes son educadores, no pueden delegar competencias en esta materia. La colaboración en un espíritu de unidad y comunidad entre los diferentes componentes educativos es, pues, esencial y debe ser alentada y alimentada. La escuela puede y debe actuar como catalizador, para ser un lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad educativa con el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas maduras, simples, honestas y competentes, que sepan amar con lealtad, que sepan vivir la vida como una respuesta a la vocación de Dios, y la futura profesión como un servicio a la sociedad.

A los Jesuitas quisiera añadirles que es importante fomentar su participación en el campo educativo. Las escuelas son una herramienta valiosa para dar una contribución al camino de la Iglesia y de toda la sociedad. El campo de la educación no se limita a la escuela convencional. Anímense a buscar nuevas formas de educación no convencionales, según «las necesidades del lugar, tiempo y de las personas.»Por último, un saludo a todos los ex-alumnos presentes, a los representantes de las escuelas italianas de la Red de Fe y Alegría, que conozco bien por el gran trabajo que hace en América del Sur, sobre todo entre las clases más pobres.

Y un saludo particular va a la delegación del Colegio albanés de Scutari, que después de largos años de represión de las instituciones religiosas, a partir de 1994 reanudó sus actividades, acogiendo y educando a jóvenes católicos, ortodoxos, musulmanes, e incluso algunos alumnos nacidos en contextos familiares agnósticos. Así la escuela se convierte en un lugar de diálogo y de confrontación pacífica, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y espíritu de cooperación”.Queridos amigos, gracias a todos por este encuentro. Los encomiendo a la intercesión maternal de María y los acompaño con mi bendición: El Señor siempre está cerca de ustedes, les levanta de las caídas y les empuja a crecer y a tomar decisiones cada vez más altas «con gran ánimo y liberalidad» con magnanimidad. Ad Maiorem Dei Gloriam. (Para mayor gloria de Dios).

Traducción de Eduardo Rubió

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